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Folklore y psicoanálisis II: El mito en el imaginario porteño

Palabra en Pie - WIlman Ordóñez Iturralde y lo montuvio

Wilman Ordóñez Iturralde

¿Qué es el mito y qué constituye el imaginario en el puerto de Guayaquil?  ¿Acaso el mito es el único canal para reconocer el imaginario porteño? ¿Puede o no el porteño ser en el imaginario mítico? ¿El imaginario mítico porteño es una imagen deformada del ser guayaquileño? Estas y otras preguntas me las he formulado a raíz de un revisionismo historicista enclenque que viene sucediéndose en el Guayaquil de los últimos años. Revisionismo mitómano (mentiroso) y chauvinista (exagerado) incapaz de comprender el mito en sus dimensiones simbólicas efectivas. Por ello, acuden a patologías deformadoras de su propio inconsciente que nada tienen que ver con el mito como relato y representación que está y se desarrolla en la conciencia del imaginario social guayaquileño. Aunque irreal, muchos de estos mitos (sobre todo el fundacional) poseen una verdad histórica que el historicista ha deformado a su antojo, (¿manipulación de la historia con fines políticos?).  Sí, y quizás por fines protervos debido a  una mala comprensión de la autonomía.

Como investigador de lo popular y tradicional de la cultura, creo importante, analizar qué o cómo -los guayaquileños- hemos negado -en la historia real- elementos simbólicos que nos construyeron como puerto. Elementos que hoy en día -desde el estudio de la sociedad, la lengua y la cultura- vendrían a ser antropológicos y estructurales. Cosa que, ese revisionismo historicista enclenque, no se ha planteado a cuenta de releer la historia para fines y propósitos de acuerdo a sus intereses. Tan reducida ha sido la interpretación de nuestra historia que debido a esto la cultura porteña se ha visto postergada o violentamente subalternada.

Vamos al curso de la historia. Si la Confederación Manteño-Huancavilca no hubiese relacionado sus saberes, usos y prácticas simbólicas, rituales y no menos festivas, al calendario  productivo marítimo, podría pensarse que el mar fue tan subjetivo en la comprensión familiar de las relaciones que este mantenía en su universo mítico.

El indio marítimo (navegante precolombino) al ver el mar no solo se hizo al mar sino que se hizo mar. Fue el mar. Y al ser el mar hizo que este fuese parte de su pre conciencia dibujada en el sueño y el deseo de sus relaciones marítimas.  Los dos -mar e indio navegante- normaron un patrón de guía fundamental en sus posteriores conexiones con otros mares y sujetos parecidos. Así principiamos el mito en torno a la navegación.  Todo lo que el indio costeño pensaba era concerniente a lo que el mar podría proveerle en su estado natural diverso. Tanto, que a los españoles que invadieron sus costas,  les causó cierta sugestión esta imagen mítica del indio con el mar que a él -al español- no le era  desconocido.

Lo cercano a este hecho es el que promovieron los piratas colonizadores en la imagen de la Nación Manteño-Huancavilca. Una vez llegado el español a sus playas, la Nación Manteño-Huancavilca, creyóse que se  trataba de dioses apocalípticos imaginados en sus pesadillas. Con la llegada de los invasores españoles los indios marítimos observaron que el mar también podría descubrirles misterios. Evidenciando -con estos- otras conductas y prácticas imaginarias.

El indio costeño -en tierra- tuvo otras maneras de ser, estar y pertenecer a ella y su circunstancia. En tierra fue él y su circunstancia. Con un calendario agrícola que definió su estado anímico y su pensamiento cósmico. Él y su circunstancia (Rousseau). Pero él y su circunstancia en tierra estaban reducidos a sus pares y ha su geografía. Reducidos a su territorio y universo que la luna y los solsticios le evidenciaban. En cambio el mar tuvo el efecto contrario. El mar no solo les trajo al blanco colonialista y al negro esclavo sino que les descubría un horizonte que señalaron como ruta  de viajes para vivir el enigma que su imaginario se planteaba. En tierra, ver el sol y la luna era ver el sol y la luna, principio y fin de lo que veían. Pero ver el mar hacia el horizonte era ver su idea de lo que podía ser o estar. Y ha cuenta de riesgos, se hizo al mar y cruzó el horizonte.

Digámoslo de otra manera. Al hacerse al mar, el indio costeño dejaba su heliolatría. Dejaba su sino. Su lugar sagrado. Para convertirse en un hereje de su cultura.

Lo raro de esto es cómo el mar, en la medida que el indio se hizo más marítimo, iba absorbiendo a la Nación Manteño-Huancavilca, disolviendo su cultura. Como condición natural del riesgo el indio aceptaba su exterminio. ¿Qué otra explicación tenemos? ¿Cómo entonces desapareció esta gran Nación Manteño-Huancavilca? La arqueología trató de dar explicaciones antropológicas de su desaparición (la invasión española con su etnocidio, las guerras entre sus pueblos, el genocidio, etc.) desatendiendo el mar (vehículo de sus transferencias). La arqueología nos descubrió muchos de estos secretos que yacían enterrados en la dimensión terrenal de sus reinos. Pero es a la antropología a quién le toca plantearse métodos de análisis en relación a esta diáspora marítima.

Del mito precolombino al mito colonial

¿Pudo ser la cultura española más cultura que la Nación Manteño-Huancavilca? ¿Por qué pudo más el caballo y la cruz ante una Confederación tan definida en sus estructuras? ¿Por qué pudo más el mito del Dios cristiano ante el mito heliolátrico? ¿En que puertos se esconden aún los secretos antiguos de la Nación Manteño-Huancavilca? ¿Cuánto pudo liquidar el español en la Nación Manteño-Huancavilca? El objeto arqueológico nos muestra vestigios y de éste se ha podido deducir lo que fueron, cómo fueron y lo que pensaron. Sus formas de ser y relacionarse. Lo que debe descubrirnos la antropología son las respuestas planteadas y un sistema despolarizado del choque cultural entre los españoles y los indios costeños.

Visto así, repasemos la colonia en el imaginario porteño. Todo lo que se hacía, pensaba y producía era en honra y homenaje al rey y la iglesia católica. Nos invaden los españoles y renunciamos  a nuestras culturas. Las que pudieron se fugaron. Llegaron a las montañas. Cambiando hábitos y percepciones simbólicas. Nacen nuevos mitos. El indio se hace montañero.  Los negros esclavos huyen. Negocian con los indios y luego se aparean. Nacen los zambos. Otros mitos. El español que deseaba llevar una vida “tranquila” (crea en ellos un orden) y se manda a cambiar con los zambos y negros a la montaña y sin que estos se dieran cuanta los conquista. Les quita la tierra y con esto señala los nuevos territorios.

Montaña abajo, las cosas seguían entre las dictas del rey los pasquines de los curas. Nada cambia hasta después de trescientos años -estadísticas de los historiadores-. Para esto, el blanco que fue a la montaña, se “vianda” una negra y de estos nació el mulato. Cambia el mito. El español se apropia del mar y desde éste comercia los productos que producía la tierra alterando el ciclo agrícola. El mar ya no fue del nativo. El Manta-Huancavilca no aparece. Los zambos y mulatos crean nuevos imaginarios. El puerto se hace blanco. Europa penetra. El criollo es el nuevo mestizo.

Al sincretizarse nuestros dioses nativos, las culturas se occidentalizan. Ya somos mestizos, El mito deja de ser indio. Los indios que quedaban miran el mar desde las montañas. El mestizo no quiere ser indio, ni zambo, ni mulato, quiere ser español. La Iglesia es cómplice y los criollos compran sus noblezas. El indio invita al negro a mirar el horizonte del mar desde arriba de las montañas. Le cuenta sus mitos fundacionales y cósmicos. El negro ya liberto o cimarrón encuentra al zambo y al mulato y le participa estos mitos agregando su sentido interpretativo del relato. El mar no desaparece en el imaginario nativo. El mar reinventa sus creencias. Pero el tiempo fue largo y distante. El mulato se “vianda” una blanca y de estos nace el montubio. Ya habían pasado cientos de años.

El montubio regresa al mar a través del río

En el montubio se depositan los imaginarios antiguos. El blanco se da cuenta que el montubio es un experto nadador y cazador de lagartos. Lo endulza y lo engaña. A cuenta de un pedazo de su propia tierra lo obliga a trabajarla. El montubio se resigna. Los blancos dominan la nueva cultura. El puerto es totalmente comercial. Domina el capital criollo. La habilidad del montubio se hace al río. El blanco lo obliga a manejar sus vapores. El puerto crece con el criollo que se hizo terrateniente. Guayaquil se convierte en un puerto pequeño de importancia internacional. Europa domina.

Luego llega la Independencia y con ella ciertas libertades. Creamos mitos heroicos. Dioses reales, de carne y hueso. Legendarios en sus combates. Leyendas. Atravesamos diez años de asonadas y débiles cabildeos políticos. Nos llega la República. Desde la Independencia comenzamos a negar la participación en ella de montubios, zambos, mulatos e indios. Era impensable para los independentistas poner visible al nativo como sujeto de participación. Menos, como sujetos pensantes.

El siglo XIX fue importante. Resultado de muchas décadas de paciente espera para incorporarnos a los periodos ístmicos. Dándose la peor de la s fracturas culturales. Guayaquil tenía su puerto de importancia. El campo producía. Pero no aparecían los sujetos que producían este campo. Los mitos se reducen. Lo cotidiano es visto -y recogido- por los relatistas (cronistas) ingleses, austrinos y norteamericanos que llegan al puerto.  Nace la crónica guayaquileña con buenos narradores e intelectuales de nivel. La imagen de lo cotidiano se caricaturiza. Es un siglo interesante. Los mitos se ruralizan. La etnicidades se ocultan. Los criollos resimbolizan la navegación. El montubio se desruraliza y se hace cargador muellero.

El puerto abre la boca y deja entrar otros puertos. Aunque tarde, la modernidad hace su ingreso. Todo es porteño a partir de ahora. El transito al siglo XX dependerá de la imagen urbano-marítima que se tenga de Guayaquil después de la Revolución Liberal-Radical-Laica y los desencuentros con la cristiandad católica.

El historiador guayaquileño frente al mito (siglo XX)

Lo interesante de este siglo es el cómo recibimos, (¿escribimos? ¿Reescribimos?) El periodismo y la narración crónica desde el documento y la oralidad. Ya que en todas partes se cuecen habas, lo cotidiano vuelve a la escena social de los años veinte. El humor, la sátira, la política; son tomados en cuenta a la hora de describir los acontecimientos, la sociedad y la marcada lucha de clases. Los historiadores (cronistas) porteños del Centro de Investigaciones Históricas hacen una lectura correcta del problema aunque parcializada. Periodismo, literatura e historia se entrecruzan y el relato se vuelve estampita y mítico.  La crónica moderna nos pone visible el mito en relación al puerto, la ruralidad y otros puertos. Retorna con estos el mito fundacional, pero aún, no hay mitómanos ni chauvinistas deformadores de la realidad. Está un folklore que depende del estado emocional del que recibe lo anónimo como tradición, sorpresa y magia. Un folklore que el romanticismo del siglo XIX lo impulsa desde la lírica popular y el romance.

El cronista-historiador que recoge estos mitos es consciente de la estructura mental con el que el autor anónimo ha recreado sus creencias y costumbres desde el vínculo étnico de sus antecesores.  Están claros los cronistas que la conservación de los relatos les dan sentido a al sujeto que folk que los elaboró y también les da identidad a quienes lo reciben. Así preservarían la memoria para hallar el antecedente portuario y rural.

No solo que, el cronista-historiador, conserva lo que la oralidad le participa sino que también la recrea. Reinsertando en el imaginario porteño una cosmovisión del ser anterior. La finalidad (según los cronistas) era no perder el mito por la lógica que la tradición desempeña en el curso de una historia. Tan importante se volvió la tradición que las noticias de hecho que llegaran como supervivencias pasadas eran tomadas como verdades históricas que debía conservársela. Y el papel de la oralidad era superior al documento. Entonces lo que contaban los cronistas era cierto. Tomando en cuenta que quienes -hasta hoy- recurren a los relatos del cronista son los mismos historiadores. El problema radica en la usurpación. En la trampa. En el sentido que el pícaro revisionista le da al relato histórico tradicional.

Mito y mitomanía: la desfloración del mito porteño (la usurpación de la historia)

¿Vale la metáfora de la desfloración verdad? Es como desflorar (quitar algo, robar a la fuerza). Y el mito fue desflorado. Le quitaron la flor de su lustre. El gran ladrón fue aquél revisionista que requería una interpretación interesada de la historia guayaquileña y porteña. No así la rural. El revisionista moderno mantiene invisible la rural. No la entiende. Si no la entiende mejor no meterse con ella ni hablar de ella. Ahí la invención. El así fuimos, el así somos, el así debemos ser.

Este revisionista moderno, (¿contemporáneo?) es mitómano. Cada vez que revisa la historia (nuestra historia) inventa una nueva historia. Una historia mentirosa que defiende intereses económicos institucionales y privados. Una historia que defiende el capital y el libre mercado. Una historia deformada que repetida cientos de veces y aupada por los medios (que son parte de estos intereses) será verdadera. A la que validará el imaginario social deformado por esta misma historia.

En la modernidad desfloraron el mito porteño. Desfloraron el mito del ser guayaquileño. La cultura popular del puerto ha sido usurpada por esta historia. El revisionista enclenque –por la deformación de su inconsciente- creó la idea de la única cultura. La cultura de elite. La cultura burguesa que regresa la imagen del criollo como fuerza de poder en el imaginario colectivo del puerto.

El historiador (académicus) del que habla Pierre Bourdieu en su nuevo libro no aparece (aunque esto seguro molestará a mis amigos historiadores (académicos) -que por cierto no pasan de cuatro o cinco en Guayaquil-. Digo no aparecen en el estudio del mito y lo popular para descubrirle a Guayaquil las mentiras y los intereses del mitómano.

A cuenta del Bicentenario, el mitómano y el chauvinista se muestran en el puerto.  Se muestra en el país. (Se muestra en Quito y Guayaquil). Los más grandes mentirosos del revisionismo histórico del Ecuador están en Quito y Guayaquil. Los dos reinan en la mentira de la historia. Los dos se creen la mamá de tarzán en la interpretación social de los hechos. Los dos continuamente desfloran la historia. Los dos interpretan a su antojo la historia. El mito. La imagen colectiva.

En ese estado de mentiras, quien pierde “es la verdad, la luz real de la historia”, de la que inquebrantable habló el historiador ético Federico González Suárez.

La reinvención del mito en la actualidad: el puerto y la cultura porteña del siglo XXI

El porteño quiere verse porteño nuevamente y no sabe como. El mito -en el porteño- está atragantado. Es indispensable reponer algunos elementos del ser porteño. No porque al puerto lo hayan desplazado de la orilla del río deja de ser puerto. ¿Hecha la ciudad, fin del puerto? No. El nuevo puerto (el marítimo) sigue tragando culturas. Lo que debe hacerse es traer las culturas a la ciudad. Desplazarla desde el sur y especializarla en la ciudad.

El puerto (el marítimo) tiene una cultura. La ciudad (la del río que fue puerto) tiene una cultura. Pero están distanciadas. Es deber del homus académicus entender el desplazamiento y reintegrarlas. Casi que urge un  estudio de la migración de la distancia. De la migración del puerto y la cultura porteña desde el río hacia el sur.

Cientos de guayaquileños que conozco al preguntársele como se considera, si porteño  o guayaquileño contestan que porteño-guayaquileño. Estos son los guayaquileños con imágenes de porteño. Del querer ser porteños. Del ser porteño. Aquél que en el habla y los sentidos reinventa el mito porteño. Lo reinventa también en lo cotidiano. Solo es cuestión de volver a leer la ciudad y el puerto. De leer el puerto y la ciudad sin mitomanías ni chauvinismos. De volver al mito Manteño-Huancavilca: no solo hacerse al mar, ser el mar. Si no, esto, no tiene caso. ¿Si o no, mi querido antropólogo Juanito Mullo?