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De mojigos, diablicos y gurufaes: La Colonia como pre-texto para entender la música y el baile porteño

Palabra en Pie - WIlman Ordóñez Iturralde y lo montuvio

Wilman Ordóñez Iturralde

Hubo de pasar tres cientos años para des-idiotizarnos -en Guayaquil- de una forma de ser absurda, servil y mojigata. La Colonia no tiene mis afectos cuando trato de volver a mi memoria musical y bailable tradicional de la ciudad de Guayaquil (Puerto principal). Sucede que en el tiempo que duramos entre dictas clericales y del rey; corregidores, tenientes políticos y la Iglesia Católica, -confabularon-, para que nuestras fiestas públicas, -con bailes de chamba, ferengo y candil-, no se dieran, o pasaran desapercibidas, entre macarrones de Minuet y Cracovianas y una solapada práctica morbosa del terrateniente.

Perdimos con estas prácticas invisibilizadoras mucho de las músicas y bailes propios de una ruralidad o Aldea a la que estábamos sujetos los guayaquileños en el periodo colonial.

Los relatistas antiguos (cronistas, escribanos públicos, viajeros de los siglos XVII, XVIII Y XIX) no dejan de extrañarse que entre nosotros existan canciones y bailes tan antiguos que ellos vieron representar pero que al registrar nombres no quisiéramos siquiera pronunciar las debidas denominaciones. Tanto, que tuvieron -los relatistas-, que ingeniárselas para describir las piezas que escuchaban y las coreografías que observaban en el espacio público o en alguna casa de caña y cade que distanciaba a pobres y ricos entre lo que se llegó a llamar en Guayaquil Sabana Grande y Sabana Pequeña.

Mucha de esta gente que gobernaba la ciudad en la Colonia era despiadada y poco sensible a tratar con libertos, cimarrones y montubios conciertos que deambulaban por las estrechas calles de la ciudad contando episodios fantásticos o cantando canciones con versos de amor-fino que recordaban la invención de la memoria antigua en la boca de ellos y de quienes posteriormente después de escucharlas las reproducían.

Cuando llegaba el momento de alguna celebración relacionada  a las fiestas de la gente pobre, estos, -religiosos y dueños de la tierra y los peones-,  cambiaban intencionalmente las razones que los movía por hechos y circunstancias que se apeguen a la religiosidad oficial y a la solapada “moral pública” de la que hacían gala y vindicaban.

Los terratenientes eran los únicos que se sentían con derecho al festejo y la recreación simultánea. Contaban para esto, con el apoyo de quienes dirigían ideológicamente -la mentalidad colectiva-, el poder y los bienes de producción, relación e intercambio económico.

Con estas prácticas invisibilizaban las otras formas de festejar, relacionarse, y compartir versos, canciones y bailes, de mayor uso social y colectivo.

Por ello los relatistas nos hablan que en las casas de los hacendados las familias de “bien” -educadas en el extranjero-, bailaban sus danzas con estilos de facturas europeas como las redovas y chotis, que se interpretaban en arpas, organillos, pianos de cola y chirimías.

Mientras “los de abajo”, zambos y mulatos, cantaban y bailaban sus danzas con cajas de palo prieto (echas de tronco ahuecados), tamboras de saíno, y cierta forma rítmica de marcar el compás sonando las palmas y echando puyas en los cambios de tono.

El tiempo, -que todo lo conmina-, borró estas huellas de un pasado colonial en el que festejamos “libres” las canciones cercanas a nuestra memoria y los bailes que solían solazarnos y hacernos sentir con cultura e identidad propia.

Si bien de España heredamos el fandango (fiesta pública) dentro de estos, los bailes y canciones tuvieron nombres y razón de ser ligados al entorno. Perdimos los registros en partituras. Lo poco que pudo salvarse se encuentra protegido en cartas y manuscritos de corregidores y en Actas del Cabildo que reposan en la Biblioteca Pedro Carbo de Guayaquil; en Archivos de Musicólogos, Etnomusicólogos e investigadores de folklore y cultura tradicional y popular regados entre Quito, Cuenca y Guayaquil.

De lo poco que se custodia, -apenas-, hay menciones y referencias a canciones y bailes que se practicaban. Por ejemplo se dice que en Guayaquil (en la Colonia) los citadinos bailaban fandangos de chamba, ferengo y candil (en la Independencia las referencias son de: bailes de lámpara o kerosene)  entre líneas y con cierto displicente forma de tratarlos. Relatan los cronistas de la Colonia que salían los mojigos y las mojigangas que “hacían la diversión de grandes y chicos” para las fiestas públicas que organizaba el Corregidor o el Clero quienes se ponían de acuerdo y solicitaban el pago de tributos a comensales y mecenas adinerados. Las formas de vestirse de los mojigos (disfrazados) eran como diablicos y gurufaes.

Se dice que estos personajes que deambulaban por calles y festejos fueron el tormento de los terratenientes. Las túnicas y máscaras “diabólicas” que utilizaban eran diseños parecidos a los que usualmente se utilizan en carnavales y “aquelarres tribales”. Los diablicos y gurufaes salían para divertirse, mofarse y parodiar a los representantes de estas dictas, normas y reglamentos.

Por ello ciertos moralinos prohibían la salida de los mojigos, diablicos y gurufaes. Hasta bien entrado el siglo XIX (apuntados en algunas Ordenanzas del Cabildo) se dice que tales festejos no se podrán llevar a cabo por “atentar a la honra de buenas familias y visitantes de buena ley”.

La palabra mojigo proviene de mojiganga (fiesta pública de disfrazados que se representan para carnavales y otras festividades paganas). Diablico significa: diablo, cabeza de diablo, personaje que anda como duende por cañaverales y manchas de caña en el Litoral ecuatoriano. Gurufae es:     …………………………..  

Los relatos y crónicas de la época señalan a estos personajes como burdos, atentatorios y grotescos. Resultado de la “inmoralidad” de gente “baja”, “supersticiosa” y “sin orientación espiritual cristiana”. Lo que suponemos como falso. Puesto que es esta misma gente (la que organizaba con plata y bienes materiales) la que armaba el coso y ponía a los toros y toreros, quienes solían dispendiar el dinero  con tal de aprovechar que los mojigos, diablicos y gurufaes, “diviertan” a los invitados y contribuyentes (auspiciantes).

Existen sumarios y folios de juicios en contra de la gente que practicaba los fandangos en la ciudad. La última fiesta religiosa de la cual se tiene registro donde participaron los mojigos, diablicos y gurufaes, en Guayaquil, son las Fiestas de la Virgen del Cobre, Virgen de la Caridad y la Candelaria (…………………………….y 2 de Febrero)

Debimos esperar hasta entrada la Independencia para que los mojigos, diablicos y gurufaes puedan mostrarse sin restricciones ni penas de ex comunión o juicio que se le parezca.

Algunos diarios republicanos-liberales como El Patriota de Guayaquil; el Republicano del Sur; el Colombiano del Guayas; El Perico, etc., -del siglo XIX-, traen noticias como estas: “se festejará corridas de toros con mojigos y otros disfrazados en el coso preparado para ello”. “Mojigos serán el deleite de los asistentes a las corridas de toros de la tarde”. “Las mojigangas están preparadas para el inicio de las festividades en honor a la Virgen de la Caridad”. “Diablicos y gurufaes se tomarán las calles de la ciudad”.

En el Cantón Jújan de la Provincia del Guayas sobrevive una Fiestas de Mojigos en honor al patrono del lugar San Agustín que celebran en el mes de agosto y está recogida y registrada en mi libro Alza que te han visto: historia social de la música y baile tradicional montubio de pronta aparición.

Sería interesante poder ver refuncionalizadas estas prácticas culturales del pueblo de Guayaquil que fueron el asombro y la novedad en las festividades públicas del Puerto. Toca intentarlo. Nada más.